El Alzheimer es una enfermedad neurológica que afecta la memoria, el pensamiento y el comportamiento. La enfermedad es progresiva: en sus primeras etapas, la pérdida de memoria es leve, pero en la etapa final, las personas pierden la capacidad de mantener una conversación, responder al entorno, y llevar a cabo las tareas cotidianas. Además de los síntomas cognitivos que definen la enfermedad, la mayoría de los pacientes presenta otro tipo de trastornos, entre los cuales los más habituales son trastornos del sueño (un 75 % de los pacientes), depresión, apatía, agitación o agresividad (en un 50 % de los casos).
El Alzheimer es la principal causa de demencia en todo el mundo. La Sociedad Española de Neurología (SEN) estima que alrededor de 800.000 personas padecen alzhéimer en el país. Cada año se diagnostican en España unos 40.000 nuevos casos de Alzheimer, y uno de cada cuatro hogares españoles se ve afectado por un familiar con esta enfermedad. Un 5 % de las personas de 65 años padecen alzhéimer, pero en mayores de 90 años el porcentaje se dispara hasta el 40 %. Estos datos colocan a España como uno de los países del mundo con más prevalencia entre las personas de más de 60 años. Además, la SEN estima que alrededor del 15% de la población mayor de 65 años padece deterioro cognitivo leve y que, en el 50% de los casos, sería debido a esta enfermedad.
La mayoría de las personas con Alzheimer son mayores de 65 años, pero no es solo una enfermedad de la vejez. De hecho, 1% de los afectados presenta sus primeros síntomas antes de los 60 años, sobre todo entre los 35 y los 40. Es el Alzheimer de inicio precoz (también conocida como Alzheimer de inicio temprano).
Aunque la edad es el primer y más importante factor de riesgo para desarrollar la enfermedad, existen otros factores que influyen. La hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, la obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo, la diabetes o haber sufrido traumatismos craneoencefálicos aumentan los riesgos. Actualmente, los fármacos disponibles mejoran los síntomas, pero no consiguen enlentecer la progresión de la enfermedad, por eso es importante fomentar el entrenamiento y la rehabilitación cognitiva. El ejercicio físico, dentro de las posibilidades de cada paciente, también mejora sus capacidades funcionales.
El alzhéimer no solo afecta a quien la sufre, sino también a su entorno familiar, que asume la función principal de cuidar de la persona enferma. El mayor problema al que se enfrenta el cuidador es el deterioro de su propia salud, con síntomas de cansancio, desánimo, depresión y otros problemas de tipo físico. Atender a un familiar afectado por la enfermedad representa una ocupación de 24 horas al día todo el año, lo que hace complicado conciliar la vida profesional con la familiar. Además de los problemas sociales a los que se enfrenta el cuidador, la enfermedad acarrea unos elevados costes que pueden ser de carácter directo o indirecto, y varían según la fase evolutiva en la que se encuentre la patología.